jueves, 27 de febrero de 2014

violencia intrafamiliar

Todo el tiempo es igual en el tribunal. El antes, el durante y el después de la audiencia. Da lo mismo el carácter, la edad, la clase social o el nivel educacional de cada mujer. Siempre es lo mismo. Siempre les tiemblan las manos. Siempre están presionando los dedos, los dedos entre sí, los dedos contra algún santito. Las traicionan los párpados, los labios. Se quiebra la voz cuando los jueces preguntan. No saben qué se les está preguntando, no saben qué es importante decir, qué no. Se habla tan solo, espontáneamente. Se habla tan solo de la crudeza del cotidiano. No calculan cómo se valora eso en contraste con la ley. Sólo cuentan del hambre, del hombre, del hijo. Entre los temblores olvidan los golpes, los maraca, los guatona, los culiá, los putademierda, conchatumadre, malamadremalamujer, no servís pa nah, no servís en la cama. 
Como si al hacerlos obvios desaparecieran. 

jueves, 20 de febrero de 2014

soñándola

Y desde entonces siempre tengo más o menos el mismo sueño, o al menos la misma sensación. Soy yo, soy yo muerta de miedo. Soy yo con la garganta hecha nudo, el estómago ardiendo, las manos gélidas y temblorosas. Soy yo tartamuda. Yo que no me atrevo. Yo, la única que no se atreve, la que no lo logra, la que no lo puede. Todos menos yo. Yo queriendo ser como los demás. Yo entrando a Palestina como los demás. Yo saliendo de Palestina como los demás. Yo viajando por Palestina como los demás. En los sueños lo logro, pero muerta de miedo. Nunca es normal, aún cuando la normalidad sean el horror y la barbarie, o al menos el tedio del interrogatorio, la vulnerabilidad y la impotencia. Nunca es normal, siempre hay algo extraño. O Palestina es extraña, o estoy con gente extraña, o los soldados son extraños. Entonces no estoy en Palestina, aunque esté no estoy. Sigo en un espacio intermedio, en una nada, que solo puedo rellenar con contenido al despertar. Y la relleno con el contenido de la dureza de las noticias, de los pequeños logros de las campañas que me emocionan tanto, de un trabajo silencioso y anónimo que sin embargo, como a tantas personas, nos mantiene en pie. La única forma, paradojalmente, que he encontrado para llenar estas miserias mías, estas miserias cotidianas, es Palestina. Y quizás al darme cuenta de aquello es que anoche volví a soñarlo. Volví a soñarlo y, ahora que lo pienso, no era tan diferente la sensación de extrañeza, eso no cambiaba, Palestina como excepción. Solo que Palestina era hermosa, realmente hermosa, y mientras caminaba pensaba en los sueños, como si los sueños hubieran sido realidades, porque yo veía las antiguas casas, las tiendas, los campos, las plantaciones de olivos, y revivía todos los sueños, que en el sueño no eran sueños, sino memorias de allí, casi como si yo fuera de allí, y me reencontraba con lo que perdí. No había soldados, no había puestos de control. Se iba de la costa hacia el interior y del interior hacia la costa. Pero había algo extraño, estaban nuestros muertos. Nuestros muertos estaban demasiado presentes, más que siempre. 
Con todo, desperté feliz. 


lunes, 2 de diciembre de 2013

sábado, 14 de septiembre de 2013

Refugiados

Leyendo para mi cédula, me puse a pensar en los refugiados palestinos que vivían en Iraq hasta que en 2003 EEUU invadió el país. En ese momento perdieron lo que precariamente habían logrado construir por más de medio siglo, pese a todas las restricciones que el régimen de Hussein les imponía, y debieron huir a Siria. Sin embargo, no pudieron entrar, porque el régimen de Al Assad arguyó el "derecho... al retorno", y debieron improvisar un nuevo campo de refugiados, en mitad del desierto. Algunos de ellos vendrían a Chile, tras gestiones humanitarias de organismos y personas naturales que, a diferencia del régimen sirio y de parte de la colectividad palestina de Chile, no arguyeron el "derecho al retorno". Pensaba también en los refugiados palestinos de Siria, que viviendo por décadas la misma dictadura que los nacionales del país, bajo el mandato de la UNRWA, hoy se enfrentan a la misma guerra civil sin ser nacionales. Y son revictimizados cuando deben en estos momentos abandonar Siria y ser refugiados por segunda vez. Hay sirios que se convierten en refugiados y solicitan asilo en Iraq: ¡en Iraq! (por favor dimensionen el nivel de desesperación de la gente).

Pensaba en la interpretación orientalista, en las películas gringas, que muestran el problema como una cosa de árabes que están hechos/nacen para matarse entre ellos.
Pensaba en cómo algunos y algunas desconocen -negligente o dolosamente- la historia, las historias, al punto de creer que o se está con Assad y Hussein o se está con Obama y Bush. Pensaba en cómo se podría ser pro palestino, característica que los autodenominados anti imperialistas se arrogan para sí mismos y para Assad, y no dejar entrar a cientos de personas cuya "opción", de no entrar a Siria, no era precisamente volver a sus casas, mayormente en Haifa (hoy Israel), sino estar condenados a carpas, en mitad de la nada.

¿Qué piensan ustedes?

lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Reconciliación? (a 40 años de luto)


Y no puedo dejar de pensar en la reconciliación. Quizás sea porque nadie en el debate público durante estos días luctuosos ha reflexionado realmente sobre ello. Reconciliación como significante se escapa al mismo castellano (pero no lo quiero dejar en falacia argumental, porque me interesa el fondo).
Entonces me pregunto cuándo es que las chilenas y chilenos hemos estado conciliados (al punto de necesitar reconciliarnos). ¿Habrá sido para la Pacificación de la Araucanía? ¿Con ocasión de la represión a los trabajadores anarquistas durante los primeros años del siglo pasado? ¿Para la masacre de Santa María de Iquique tal vez? ¿O a lo mejor cuando Carlos Ibáñez del Campo perseguía a los homosexuales? ¿Y qué me dicen de la "ley maldita" de Gabriel González Videla? ¿No resulta brutal admitir que desde que la zona central de Chile se constituyó como zona de haciendas tras el terremoto en Perú, los mismos hacendados que eran dueños de la economía nacional, lo que era de los chilenos, debido a la exportación de trigo, eran también quienes pasaban los inviernos en la capital para gobernar desde el Congreso, ¡y que nada de esto –concentración de los poderes económico y político, exportación de las materias primas, no desarrollo industrial, etc.- en el fondo cambia todavía!? ¿Y no es violenta esa situación en la práctica, si se piensa en los peones, que simultáneamente vivían, en pleno siglo XIX-XX, como en la Edad Media? ¿Y los niños huachos, que hasta la reforma legal de 1998 -¡1998!- seguían siendo tratados como huachos por el derecho? Por favor, ¡si en este “reyno” los Portales son héroes patrios!
La verdad es que dramáticamente podría seguir para siempre. Sólo quiero subrayar que estoy de luto por la historia de Chile, no sólo por la –mal- denominada “historia reciente de Chile”. Yo no soy una historiadora, pero desde mi modesta posición social y política, no puedo menos que rendir un homenaje al presidente Allende, pues creo firmemente que su llegada al poder y el proceso que lo antecedió, han sido un paréntesis dentro de la historia de Chile, fueron algo así como la posibilidad que tuvieron quienes habían sido la mano de obra y los úteros baratos, de convertirse en sujetos, e imaginar que podían gobernar sus destinos individuales y colectivos, sin ser perseguidos. Siento una nostalgia profunda de aquella época que no viví. Probablemente sea candidez; hay cuestiones que quizás no veo, no lo discuto. Pero la defensa de ese sueño popular merece omitir cualquier análisis experto. Lo que no voy a omitir es la reflexión y la memoria. Así, sin perdón, sin olvido y sin reconciliación, ciertamente.

miércoles, 11 de abril de 2012

"Mi única patria son las suelas de mis zapatos"

Normalmente, pero especialmente en ciertas fechas conmemorativas, veo toda clase de correos electrónicos y posteos de Facebook, que alguna vez yo misma también hice circular, alusivos a la dignidad, a la fortaleza, al ejemplo que constituyen determinados hombres, determinadas mujeres. Entiendo perfectamente el sentido general de esta práctica masiva entre mis contactos, amigos y familiares: se relaciona con hacer ver, desde la pequeña y pobre trinchera en que luchamos, toda una realidad que los medios de comunicación de masas ignoran intencionalmente y que la gente de todas partes del mundo, por ende, no conoce o no quiere conocer. Son buenas y emotivas intenciones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, me causa agotamiento este tipo de práctica. Debo admitir que esta idea no es del todo nueva, nunca me sentí cómoda compartiendo los gustos, placeres y enfoques de las multitudes. Sin embargo, ahora voy más allá, porque lo que realmente me molesta es la idealización permanente, absoluta, idílica, ciega, obediente y tan poco crítica, tan barata sentimentalmente, pobre en lo intelectual, mediocre, de mal gusto y poco original, de todo quien reproduce las fotos sucedidas con letras mayúsculas de "la heroica mujer palestina", "los valientes niños palestinos", "los mapuche indómitos", y una larga lista lamentable de etcéteras.
Es que, en primer lugar, me ofusca que se victimice o culpabilice a pueblos completos, cuando dentro de ellos hay relaciones de explotación y dominación de diversa especie. En segundo lugar, me molesta esa constante tendencia a idolatrar a alguna gente sólo por la circunstancia histórica, normalmente trágica y dramática, en que la vida lo puso. Si pudieran elegir las mujeres y los niños palestinos -como así también los hombres- no elegirían combatir soldados ocupantes. Si pudiera elegir mi tío, no querría estar en Argentina siendo motivo de inspiración de jóvenes internacionalistas (creo que preferiría estar en Chile junto a sus propios jóvenes hijos viviendo una vida normal). En tercer lugar, pienso en todos los seres humanos del planeta, en su potencial capacidad de amar y de ser amados, en sus defectos, sus miserias, sus bajezas. Su incapacidad de ser excepcionales, de ser imprescindibles. Pienso en mí misma y en todas las veces que he sido una traidora con los amigos y en las que me han traicionado también los mismos amigos (esto lo tomé también de Joumana Haddad). Pienso en mis miedos, en el pánico que sentiría de estar ahora en Homs bajo la soldadesca de Al Assad y se me pone la piel de gallina. En el pánico que sentiría si mi hermano estuviera allí. Me pregunto cómo hice para soportar Allenby y no sé cómo pude realmente: nunca más quisiera pasar por eso, nadie debería hacerlo, y sin embargo, ocurre en todo el mundo, todo el tiempo, y hay gente que lo vive a diario, y eso no los hace mártires, sólo son seres humanos que son víctimas de una situación injusta y que por ende merecen la atención de organismos humanitarios, la solidaridad internacional, y que quizás, más adelante, tengan que devolvernos la mano.
Toda esta cosa lleva a unas etiquetas absurdas, a una suerte de nacionalismos ("la patria grande", "la nación árabe"), el ejemplo más representativo, penosos francamente. Mi única patria es la humanidad. Y me regocijo pensando en cómo podemos organizarnos y relacionarnos, en cómo podemos vernos, conocer al otro como al otro, y no como a un conjunto de eslóganes vacíos al final de la jornada...

sábado, 28 de mayo de 2011

CRECER


No más lágrimas de cocodrilo ni cara de cordero degollado ni mirada de perro vago.
Se acabaron las dinámicas de victimización constante, las dialécticas del sufrimiento, los arquetipos chantas, los estereotipos manoseados, los silogismos reiterativos, las argucias olorosas a leche quemada.
Anuncio el fin de las actuaciones baratas, de las performances rascas, de los sentimentalismos raídos, de las comidas con sabor a la nada, de los clichés, del vacío, del nervio que hace doler la guata, del vino rancio, de las poses (sí, sobre todo de las poses).
Hasta nunca plagios y copias, explicaciones burdas, justificaciones que no pegan ni juntan, monólogos del olvido, amistades sujetas a modalidad, compraventa de discursos nice.
Adiós promesas de eternidad acomodaticias, interesadas, trepadoras, inconscientes e inconsistentes.
No más halagos, adulaciones, maquillajes, medias tintas.